'Soy viejo, ¡qué
felicidad!'
Pasado
mañana, 21 de agosto, cumplo 87 años. En los últimos años venía leyendo
artículos y libros sobre la vejez, lecturas que me daban material para pensar
sobre el tema abstracto de la vejez, pero no sobre la realidad de ser viejo,
entre otras cosas, porque siempre le he huido a creerme viejo, y a que me
llamen viejo o anciano. Prefería que me dijeran: persona mayor.
Pero hoy,
echándole un vistazo a un libro que me llegó ayer, obsequio de una amiga, con
el curioso título de una frase que dice: "Viejo es aquel que tuvo la
suerte de llegar a ser viejo", frase que me pareció sugerente y
encantadora, me encontré de repente, no con la vejez, allá afuera o arriba,
sino con mi yo de carne y hueso, con la suerte de ser viejo, de 87 años bien
vividos y gastados. Y me di cuenta, sin susto ni tristeza, de que soy viejo; me
encontré conmigo mismo, con mi yo viejo, mi yo actual, cargado de años, de
experiencias, de felicidad, con mi yo, el viejo que hoy soy.
Y tengo
la satisfacción de comunicar a mis lectores que este encuentro, que voy
asimilando tranquila y dulcemente, es mi primera verdad, algo así como la
primera piedra, la roca, sobre la cual vengo construyendo las estancias o
moradas más variadas y acogedoras de mi ser: antioqueño, jesuita, sacerdote,
escritor, humano, pleno de sentimientos y de afectos, de impetuosidades, de
alegrías y emociones, madurado, como la mies, al golpe de vientos y de lluvias,
de soles y tormentas, de elogios y baculazos. Y aquí estoy: en pie, por la
gracia de Dios.
Mi yo
libre y espontáneo es mi primera verdad, mi piedra sillar, sobre la cual vengo
construyendo, desde hace ya décadas, el edifico de la fe en Jesucristo, el
Hombre-Dios que me ha hecho libre y feliz. La fe es un encuentro de la nada con
el que ES, es ir más allá de mí mismo para encontrarme, aquí dentro, con el
Autor de mis días y mis sueños, mi dulce amigo, "el único que me hace
vivir tranquilo" (Salmo 4,9), el amigo que "mantiene alta mi
cabeza". (Salmo 3,4)
Ochenta y
siete años 'a bordo de mí mismo' es algo maravilloso, increíble, irrepetible,
agradable, lleno de aventuras, con todas las grandezas y miserias, éxitos y
fracasos de un drama de nunca acabar.
Pero lo
novedoso de hoy, repito, no es el encuentro con la vejez, sino con mi yo viejo,
concreto, base rocosa que he entendido siempre como la rampa de despegue para
un vuelo hacia espacios infinitos, sin nunca dejar el punto de partida, mi yo
terrenal, hoy viejo y feliz.
Soy mayor
y hoy me siento orgulloso de proclamar a los cuatro vientos: soy viejo. No me
había dado cuenta suficiente de la notable cantidad de años que han corrido
bajo el puente ruidoso de mi yo.
He de
confesar que ser viejo es todo un privilegio, es un don que se da a pocos.
Abundan
los que tienen años como para ser viejos, verdaderos viejos rematados, pero son
pocos los que se dan cuenta de ser viejos y que acojan su vejez con
agradecimiento y felicidad. Privilegio es asunto de pocos, es un bien que hay
que poseer con humildad, con la alegría de quien ha descubierto un tesoro
oculto en su propio jardín.
Constituye
todo un privilegio poder divisar, con tranquilidad, desde la cumbre de la vida,
los años vividos, y otear con alegría el futuro, ya presente en el amor. Es
privilegio contemplar el pasado y sentirse pletórico, abierto al futuro, en
estrecha y grata compañía de parientes, de amigos y amigas, de compañeros,
pero, sobre todo, en íntima amistad con el compañero inseparable: Jesús de
Nazaret.
¡Bienvenida,
vejez! Te saludo, te abrazo, te acojo como un privilegio, como el don más bello
que Dios me ha querido conceder en el ocaso de mis días, como muestra singular
de su fecunda amistad.
Por: Alfonso Llano Escobar, S. J.
19 de
agosto de 2012, 01:28 am