viernes, 9 de octubre de 2015

MERENDANDO CON DIOS

Un niño quería conocer a Dios. Sabía que tendría que hacer un largo viaje para llegar hasta donde Dios vive, así que preparó su maleta con pastelitos de chocolate, refrescos y emprendió el viaje.

Cuando había caminado unos minutos, se encontró con una mujer anciana que estaba sentada en el parque, contemplando en silencio algunas palomas que picoteaban las migajas de pan que ella les traía todas las tardes.

El niño se sentó junto a ella y abrió su maleta. Estaba a punto de beber uno de sus refrescos cuando notó que la anciana parecía algo hambrienta, así que le ofreció uno de sus pastelitos.

Ella agradecida aceptó con una dulce sonrisa, el niño le ofreció también uno de sus refrescos. De nuevo ella le sonrió. ¡El niño estaba encantado y feliz con su nueva compañera! Tanto, que se quedó toda la tarde junto a ella comiendo y sonriendo, aunque ninguno de los dos dijo palabra alguna.

Mientras oscurecía, el niño se sintió cansado y decidió regresar a su casa, después de haber dado algunos pasos, se detuvo, se dio la vuelta y corrió hacia la anciana, dándole un beso y un fuerte abrazo. Ella a cambió le regalo la más grande y hermosa sonrisa.

Cuando el niño llegó a su casa, su madre se quedó sorprendida al ver la cara de felicidad del niño y le preguntó: Hijo ¿qué ha pasado hoy que estás tan feliz?

El niño con toda naturalidad le contestó: Es que hoy merendé con Dios. Y antes de que su madre contestara, añadió: Y ¿sabes qué? ¡Dios tiene la sonrisa más hermosa que he visto en mi vida!"

Mientras tanto, la anciana, también radiante de felicidad, regresó a su casa. Su hijo, también vio una gran felicidad y paz en su rostro y le preguntó: Mamá ¿qué ha pasado hoy que estás tan feliz? La anciana reposadamente le contestó: Estuve en el parque, merendando con Dios. Y antes de que su hijo respondiera, añadió: Y ¿sabes? ¡Es más joven de lo que pensaba!

“Frecuentemente no damos importancia al poder de un abrazo, de un beso, de una sonrisa sincera, de una palabra de aliento, de un oído dispuesto a escuchar, de un cumplido honesto o del acto más pequeño de preocupación, pero todos esos “pequeños” detalles tienen el poder de cambiar tu vida o la de los demás”
(Tomado de Reflexiones para el alma)

martes, 6 de octubre de 2015

ANCIANOS ABANDONADOS POR SU FAMILIA DEAMBULAN LAS CALLES DE BOGOTÁ, CALI Y MEDELLÍN



Casi a diario, la Fiscalía recibe reportes de viejos perdidos. Algunos no se extravían, son desterrados por sus propios parientes. Un caso repetido es el de hombres y mujeres dejados en hospitales.
De un puñetazo perdió los cinco dientes que le quedaban. Cuando la policía lo encontró se estaba ahogando con la sangre que le salía por las encías. Ya era de noche y nadie se animó a recogerlo porque creyeron que era un borracho vomitando. En realidad era un abuelo sin memoria. Llevaba dos días deambulando las calles del centro sin saber que estaba perdido.
Ahora el viejo se ríe. No recuerda nada. Se llama Jairo Martínez, tiene 73 años y su familia pudo rescatarlo. Permanece sentado en su casa, en el barrio Kennedy, en un corredor frente a un espejo colgado en la pared. A veces, mientras se mira, Jairo cree reconocer a un amigo, entonces se saluda a sí mismo y vuelve a reír. Tuvo suerte: miles de abuelos perdidos nunca regresan.
Elizabeth Alaguna, enfermera jefe del Hogar Nazaret, un refugio para gente abandonada en el sur de Bogotá, sabe que cientos de ancianos deambulan las calles sin saber a dónde van, sin recordar su nombre, sin caer en cuenta de su drama, expuestos a los carros, las huecos, los ladrones, el frío, la indiferencia de casi todos.
Sólo en el refugio Nazaret hay 50 abuelos que un día, de pronto, se quedaron sin familia, unos porque salieron a la calle y ya no supieron cómo regresar, otros porque fueron echados de sus casas por hijos ebrios, otros más porque, tras ser llevados de urgencia a un hospital, fueron abandonados. Ese es un caso común: ancianos olvidados en centros médicos.
Sí, como muebles, meras cosas:
Liliana Oviedo, investigadora de la oficina de Reconocimiento de la Fiscalía, cuenta que ella y sus compañeros prestan servicio de identificación de abuelos abandonados en hospitales y clínicas. A veces son pacientes en coma, conectados a respiradores artificiales a los que deben tomarles huellas digitales y fotografiarlos, pero eso es casi todo.
Tras averiguar su nombre y el número de cédula, los investigadores no tienen presupuesto para hacer mucho más. Parece que, al fin de cuentas, se trata de viejos, fulanos sin valor que ni siquiera controlan esfínteres, que requieren ser llevados y traídos y bañados y vestidos y alimentados. En un mundo en que la belleza y la juventud es eso que aparece en las revistas, figurines cosidos a mano, los viejos resultan objetos inservibles.
Emilse García, empleada de El Bosque, un centro de atención para población abandonada en Ciudad Salitre, sabe de viejos con familia, pero sin ella; con hijos, pero sin ellos. En los corredores de ese refugio se ven abuelos sentados en sillas plásticas mirando su sombra en las baldosas, como si intentaran recordar la familia que tienen pero que no tienen. Algunos conservan la memoria intacta.
Es el caso de Joes Darlán Ortiz. Él cuenta que nació el 21 de junio de 1939 en Medellín y que vivió en el barrio San Javier. Su voz es entrecortada porque tiene los pulmones endurecidos. Lleva una gorra de béisbol y bigote pulido con tijeras.
Tuvo siete hijos, recuerda, pero no sabe dónde están. En la mano lleva un inhalador. Los médicos le tienen prohibido caminar, y llorar o reír en exceso porque temen que se ahogue. En su caso, la tristeza o la alegría resultan un peligro, pero él igual se ríe, como retando la suerte. Dice que sueña recibir una visita. Al fondo del corredor un grupo de ancianos ve televisión.
El aparato está clavado en la pared, arriba, igual que un altar. Una mujer que fue reina en Cartagena enumera las bondades de una crema y luego anuncia que es feliz, después repite eso de que los buenos somos más. Octavio Feria Cárdenas, un campesino del Caguán al que las Farc le robaron su tierra y su familia, cuenta que algunos ancianos están sordos pero que se sientan a ver televisión para no sentirse solos.
¿Y el amor sirve de algo?
La gerontóloga Lorena Valencia jura que ha visto ancianos con los huesos rotos y explica por qué. Ella advierte que muchos de los abuelos que llegan a los refugios fueron padres abusadores y alcohólicos cuyos hijos y esposas, al paso de los años, sólo parecen despreciarlos. Se trata de un doloroso cobro que el tiempo, de pronto, comienza a hacerles. A veces, cuenta ella, la Policía intenta regresarlos a sus casas, pero una y otra vez las familias se niegan a recibirlos, entonces deben llevarlos a los hogares de paso, que con el tiempo se vuelven hogares definitivos.
En el hogar de ancianos abandonados del Municipio de Medellín, en el barrio Belencito Corazón, cuentan historias de abuelos que llegaron con marcas de lazos a los que, alguien, los mantenía amarrados. Los gerontólogos de esa institución saben que en una casa sin comida y sin espacio para dormir, el primero que sobra es el abuelo, con mayor razón si los vínculos que lo unen a los demás miembros de la familia son lejanos, ya no con hijos sino con bisnietos o sobrinos o hijastros.
Todo se agrava para el anciano si, además, está postrado y hay que bañarlo y vestirlo. La Policía de Cali, Bogotá, Ibagué, Cartagena, Medellín, ha rescatado abuelos que llevaban meses sin que nadie los levantara de sus camas, desnutridos, con llagas en la piel por culpa de la falta de aseo. La indolencia parece infección nacional.
Quizás uno de los mayores dramas es el que sufren los ancianos con Alzhéimer, una enfermedad que devora el cerebro y vacía la mente de recuerdos. A los viejos que la padecen hay que recordarles todo una y otra y otra y otra vez, incluso como se llaman y el peligro de poner las manos en la estufa. Muchas personas creen que sólo se hacen los locos, entonces los dejan que se marchen a la calle. Así es como se pierden para siempre.
¿Por qué no nos alcanza la compasión para cuidar a los viejos? Resulta una ingenuidad no advertir que todos, a menos que fallezcamos jóvenes, nos haremos ancianos. Y es mejor no confiarse de eso que repiten las reinas por televisión: los buenos no siempre son mayoría. Basta ver el mundo.
Tenga en cuenta:
Recuerde que nadie tiene que esperar 72 horas para reportar la desaparición de un ser querido. Inmediatamente advierta la ausencia de un familiar, llame a la Policía. Los agentes están obligados a iniciar su búsqueda. Tenga en cuenta que, tras reportar cualquier desaparición, debe dirigirse a Medicina Legal para descartar que, eventualmente, su pariente esté muerto. De no ser así, diríjase a la Fiscalía y formalice su denuncia. Para ese trámite, debe llevar una foto reciente de su pariente y una descripción detallada de su apariencia física y ropa al momento de extraviarse. Evite, en la medida en que le sea posible, poner teléfonos personales en anuncios de búsqueda.
423-82-30 Es el teléfono de la Fiscalía seccional Bogotá. Úselo si sabe de un abuelo perdido.
ESCRIBA A: joshoy@eltiempo.com
JOSÉ ALEJANDRO CASTAÑO
REDACTOR DE EL TIEMPO


lunes, 5 de octubre de 2015

COMO AMAR AL ADULTO MAYOR



DÉJALO  HABLAR
….. Porque hay en su pasado un tesoro lleno de verdad, de belleza y de bien.

DÉJALO  VENCER
….. En las discusiones, porque tiene necesidad de sentirse seguro de sí mismo.

DÉJALO  IR  A  VISITAR
…. A sus  viejos  amigos  porque entre  ellos  se  siente  revivir.

DÉJALO  CONTAR
…. Sus historias repetidas, porque se siente feliz cuando lo escuchamos.

DÉJALO  VIVIR
…. Entre las cosas que ha amado, porque sufre al sentir que le arrancamos pedazos de su vida.
DÉJALO  GRITAR
…. Cuando se ha equivocado porque los ancianos como los niños tienen derecho a la comprensión.
DÉJALO  TOMAR  UN  PUESTO
…En el automóvil de la familia cuando van de vacaciones, porque el próximo año tendrás remordimientos de conciencia si ya no existe más.

DÉJALO  ENVEJECER
… Con el mismo paciente amor con que dejas crecer a tus hijos, porque todo es parte de la naturaleza.
DÉJALO REZAR
… Como él sabe; como él quiere, porque el adulto mayor descubre la sombra de DIOS en el camino que le falta recorrer.
DÉJALO  MORIR
… Entre brazos llenos de piedad, porque el AMOR de los hermanos sobre la tierra, nos hace presentir mejor el torrente infinito de amor del PADRE en EL CIELO

PAUTAS PARA UNA VEJEZ DIGNA Y FELIZ



Cuidará su presentación todos los días. Vista bien, muéstrese pulcro, arréglese como si fuera a una fiesta...¡Qué más fiesta que la Vida!.
 
 No se encerrará en su casa ni en su habitación. Nada de jugar al enclaustrado ni al preso voluntario. Saldrá a la calle y de paseo al campo. El agua estancada se pudre y la máquina inmóvil se enmohece.

Amará al ejercicio físico como a sí mismo. Un rato gimnasio, una caminata tan vigorosa como pueda dentro o fuera de casa. Contra inercia...¡diligencia! ¡Nunca camine mirando al suelo ni a pequeños pasos! 

Evitará actividades y gestos de viejo derrumbado. La cabeza gacha, la espalda encorvada, los pies arrastrándose, el vestido manchado. ¡NO! que la gente le diga un piropo cuando pase.

Nunca se crea más viejo y más enfermo de lo que en realidad esté. Le harán el vacío. Nadie quiere estar oyendo historias de achaques, enfermedades u hospitales. Deje de auto llamarse viejo y considerarse enfermo... ¡Tome tan pocas medicinas como pueda y medíquese de Vida!

Cultivará el optimismo sobre todas las cosas. Al mal tiempo buena cara. Sea positivo en los juicios, de buen humor en las palabras, risueño de rostro, amable en los ademanes. Se tiene la edad que se ejerce. La vejez no es una cuestión de años, sino un estado de ánimo.

Tratará de ser útil a sí mismo y a los demás. Hágase necesario. No sea un parásito ni una rama desgajada voluntariamente del árbol de la vida. Bástese por sí mismo hasta donde sea posible y ayude a otros. Ayuda con su ejemplo, con su alegría, con una sonrisa, con un consejo, con un servicio.

Trabajará con sus manos y con su mente. El trabajo es la terapia infalible contra el tedio de la vida. No se jubile si no está preparado, ello es capaz de marcar su muerte biográfica. Cualquier actitud laboral, intelectual o artística son medicinas para todos los males, ¡la bendición del trabajo! Cuando termine una actividad, tenga preparada otra, así siempre estará entretenido, creciendo y adquiriendo más sabiduría.

Mantendrá vivas y cordiales las relaciones humanas. Desde luego primero las que anidan dentro del hogar, integrando a todos los miembros de la familia. Ahí tiene la oportunidad de convivir con todas las edades, niños, jóvenes y adultos, el perfecto muestrario de la vida. Luego escuchará el corazón a los amigos, con tal de que los amigos no sean exclusivamente viejos como Vd. 

No pensará que todo tiempo pasado fue mejor. Deje de estar condenando a su mundo y maldiciendo su momento. ¡Alégrese de haber llegado a la edad que tiene y sea feliz!